Uruguay resiste con esperanza

Reforma en la cancha del Club Araminda, en el departamento de Canelones.

La pelota, tan variada y tan universal ella, acerca siempre al curioso a realidades muy diversas. Y distantes. Uruguay es un buen ejemplo.

En un país de más de tres millones de habitantes, se cuentan por centenares las canchas de pelota. «Hay 340, es algo enorme», apunta Jorge Peny, uruguayo, amante incondicional de la pelota en su juego a mano y miembro de la Federación Uruguaya de Pelota y de la CIJB. Es Peny un oasis en medio del mar. Lo es porque la lucha de la pelota a mano en su país es su lucha. Sabe que rema a contracorriente en unas latitudes en las que se juega, y mucho, pero que, al menos en Uruguay, la que manda es la paleta. «En realidad, han decaído un montón de modalidades, no solo la pelota a mano», explica Peny.

El juego de la pelota a mano en Uruguay «nunca estuvo muy desarrollado, porque se asocia con la pelota dura, con lastimarse la mano». El quid de la cuestión. «Ese es el gran tema», añade. Lo explica con intensidad, con la misma que reconoce que tiene un camino lleno de obstáculos: «Trato de generar cosas nuevas, buscando un sentido social y tratando de que se desarrolle todo esto». Un ejemplo: «Hace poco hice una campaña para reciclar cien paletas, y llevarlas a lugares en los que los niños no tuvieran. También llevamos calzados. Pero me llegó una solicitud de una cárcel en la que 15 o 20 reclusos que juegan en frontón no tenían herramientas. Fue tan increíble, que la encargada de deportes me envió un mensaje: “Parecían niños esperando los regalos un 6 de enero». En el Complejo Carcelario Santiago Vázquez, a las afueras de Montevideo, hay desde entonces unas personas felices. La mano es otra cosa. Esa felicidad cuesta encontrarla.

Un primer que hace tiempo que promueven es la reforma de pistas. Se cuentan por centenares, «unas en desuso, otras nuevas, y otras que se han ido reciclando». Son tantas, que se reforman muy poco a poco. Peny explica la peculiaridad de «los frontones de dos brazos cortos». Uruguay, recuerda, es un país que construyó canchas en lugares tan dispares como «Angola, el Sinaí y en el Congo» Habla Peny de un grupo de voluntarios que se junta, pone el material de obra, la fuerza bruta y un asado al acabar la jornada, con partida de pelota incluida, por supuesto. Y, así, van haciendo. «Se necesita que la gente se implique, tener un equipo». Ya pintaron Mariscala, y renovaron el trinquete francés de Punta del Este, el del Club Araminda, en el departamento de Canelones… Peny recuerda que habrán actuado sobre diez canchas, pero deja clara una cosa: «No es que haya una comisión ni un fondo económico con el que se reforman canchas, eso no existe, sería sueño».

Dada la situación, el camino se presenta tortuoso. Aunque Peny cree que hay una puerta abierta, y esta pasa por el one wall: «Es el deporte social por excelencia. Es el camino por el que habría que desarrollar la pelota en el mundo. A mano, con una sola pared, por lo menos para iniciar todo esto. Me parece lo más barato, con una pelota azul universal, empezando por las escuelas, estoy convencido de que sería el deporte por excelencia en lugares de renovación».

Hay trabajo por delante. Recuperar canchas, fomentar la mano, intentar darle una vuelta. Hay apasionados como Peny que, en la medida de lo posible, pone su granito de arena. «Me apasionaría que se jugara a mano y poder tener algo para que pintaran un muro en la mayoría de las escuelas y los niños pudieran jugar», afirma. «Es una ilusión», concluye.